26.6.06

Singapur

Una isla-ciudad-estado que está relativamente cerca de Bangkok (dos horas de avión, cruzando la península malaya) y que no necesita visado, ni papeleo, ni más de un fin de semana para ser recorrida. Animado sobre todo porque mi amiga Som (Naranjita en tai) lleva un tiempo viviendo allí me fui a uno de los países más pequeños del mundo y que a su vez tiene uno de los puertos marítimos más importantes.

Singapur fue fundado a principios el el siglo XIX por los ingleses como puerto principal en el transporte de mercancías entre el lejano oriente y Europa. Movidos por el aumento del comercio y riqueza de la isla no tardó en aparecer la emigración desde colonias y estados cercanos y de esta manera se creó rápidamente un centro económico atípico en el sudeste asiático, organizando a su población según origen étnico.

Sin ningún tipo de recurso natural y escasez de agua potable, Singapur explota el comercio exterior como principal fuente de economía. Los principales negocios del país están en manos de origen chino. En una sociedad enfermizamente consumista, con precios bastante altos, los jóvenes de etnia china suelen vestir a la última moda occidental, utilizar la tecnología más puntera e invertir el tiempo libre en alguno de los numerosos centros comerciales mientras sus padres compran lujosos pisos y conducen los más caros coches europeos (porsche, ferrari, lamborghini, mercedes…). Al igual que en otras zonas del planeta, las esferas más ricas se retroalimentan más de apariencia social que de un bienestar lógico...

Aunque la comunidad china es la más numerosa y rica otras procedencias también son importantes en la estructura social singapureña (está claro que siempre alguien tiene que hacer el trabajo sucio…). Para controlar mejor la sociedad y evitar confrontaciones la pequeña isla colonial se organizó distribuyendo a los inmigrantes en diferentes barrios según su origen de manera que en la actualidad coexisten barrios o pequeñas ciudades dentro de Singapur habitadas casi exclusivamente por una sola etnia. Hindúes, malayos, birmanos, tailandeses... De ellas la Little India es la zona más colorida, olorosa y bulliciosa. Me encantó.





La tarde del viernes la aproveché, guiado por Som, para ver las zonas más famosas de Singapur, que no son muchas la verdad. La zona del río con sus imponentes torres, el nuevo palacio de exposiciones con forma de durian, el merlion…



Paseando por Singapur me dio sensación de artificialidad y de ser una ciudad donde todo está hecho de forma perfecta. Sin contaminación, sin atascos, sin ruidos, sin alboroto, con edificios modernos, transporte público eficiente y todas las comodidades de una gran ciudad… Las leyes de convivencia son tremendamente estrictas (está prohibido escupir, tirar un papel en la calle o incluso comer chicle…) y amenazan con pagar importantes multas, cárcel e incluso con la expulsión del país o la pena de muerte.



Y como consecuencia de las desmesuradas condenas encuentras las calles impolutas y una gran seguridad y civismo.

Por la noche, coincidiendo con el partido España-Arabia Saudí era difícil encontrar un bar que no centrara su atención en el futbol. Bastante gente con la camiseta española y que animaba al atractivo Raúl González (¿verdad Som?).

Después del partido la noche volvió a la normalidad y decidimos ir a una discoteca en la Little Thailand. Banda en directo, música, camareros, público… y hasta cerveza exclusivamente de origen tai. No es que la Tiger no me guste, pero sinceramente estoy enganchado a la Singha. Me encanta la fiesta tai; es curioso ver la cara de la gente cuando un farang les habla en Tai, y más aún fuera de Tailandia; sientes el agradecimiento por querer acercarte a su idioma y cultura original.

El sábado me metí en un enorme centro comercial exclusivo de tecnología. Unas siete u ocho plantas (no las conté) repletas de pequeñas tiendas con cualquier chisme electrónico del mercado. Equipos informáticos, telecomunicaciones, fotografía, música, vídeo… había de todo y a unos precios muy razonables. La fiebre consumista me hizo comprar una nueva tarjeta de memoria para la cámara de fotos, un reproductor mp4 y un móvil [*1] por no mucho dinero. Eso sí, salí con un horrible dolor de cabeza.

Habiendo estado los dos días en plan local (con tais y singapureños) aquella noche cambié al rollo español empezando por una barbacoa. Gente de la embajada y la oficina comercial celebraban el cumpleaños de una de las compañeras. Yo llegué algo tarde y como Curro no estaba en aquel justo momento no conocía a nadie. Sin embargo enseguida me presentaron gente y los encantadores anfitriones me ofrecieron un bocado y algo de beber. La verdad es que con la humedad y calor que hacía no tenía mucho hambre pero os juro que fue ver albóndigas caseras y no parar de servirme más y más. ¡Qué sabor!. después de nueve meses sin probar un guiso así es difícil resistirse.

La noche siguió en casa de Curro echando unos tragos para ahorrar y después en un par de garitos de moda. Primero Attica, que me encantó: lleno hasta la bandera, buen house y una marcha animada donde era fácil bailar y hablar con la gente. Y después Ministry of Sound, muy grande pero con una floja entrada y un ritmo soso debido en parte a que coincidía con un partido de fútbol. Terminamos la noche en los bajos de un hotel hasta que a las seis de la mañana nos cerraron. La verdad es que la noche singapureña está bien; cara pero muy animada.

El domingo llegaron Raúl y su novia de vuelta de Camboya. Charlamos comentando nuestras distintas situaciones en países tan cercanos como diferentes y al mediodía quedé de nuevo con Som para comer, pasear por un cuidado parque y tener una de las charlas más placenteras desde que estoy por estas tierras. [*2]



El vuelo de vuelta se retrasó mucho (para variar), casi dos horas. Pero tuve suerte de poder cambiar mi billete para volar en el anterior así que a las once de la noche estaba en Bangkok.

La verdad es que Singapur es un país-ciudad con buena calidad de vida, muy tranquilo, seguro y cómodo para vivir; con animada fiesta nocturna, organizadas calles, cuidados parques, próximo y bien comunicado con países muy interesantes del sudeste asiático… Pero al mismo tiempo todo tiene un aire artificial que me hizo sentirme incómodo, fuera de sitio. Creo que no podría vivir en Singapur durante mucho tiempo. No estoy acostumbrado a esa perfección tan simple y estricta. Necesito ver las cosas algo peor hechas, algo más caóticas, más humanas... Me da la sensación de que, allá donde vaya, estoy acostumbrado inconscientemente a ver más marcas del paso del tiempo, a notar la presencia de civilizaciones más antiguas. Creo que necesito ver cambios y errores que han marcado la historia de un país. Y sobre todo necesito ver en el día a día movimiento e interés social más allá del comercial; algo más allá aparte de querer ganar y gastar más dinero….

Un fin de semana en Singapur me bastó para echar de menos todas estas cosas que hasta ahora no me habían faltado en ningún sitio. Curiosa sensación de ciudad ‘perfecta’.

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[*1].- sé que alguno se sorprenderá... realmente fue un nuevo apaño ;)
[*2].- Phom choop maak phuut khap khun phrowaa khun pen phom tee puijin. Welaa phom yu khap khun sawadii khap sanuk maak. Khun phen phian dii... Khop Khun Krap Naranjita.

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21.6.06

Pekín

A este viaje le tenía tantas ganas como respeto. China es el país más poblado del mundo, aparentemente difícil de conocer desde fuera, con una cultura muy diferente, donde no se habla apenas inglés y con fama de no ayudar demasiado al turista. Y Pekín, siendo su capital y mezcla de gente de todas las provincias, conserva perfectamente sus raíces chinas. Si bien todos esos prejuicios se afirmaron durante el viaje también debo decir que la gente me intentó ayudar lo máximo posible pero el diferente y potente idioma chino es una barrera difícil de superar.

Ni siquiera en el aeropuerto me hablaban en un inglés entendible así que la mímica hizo su trabajo desde el principio. Siguiendo las instrucciones de Rubén, mi compañero en Pekín, cogí un bus desde allí. En un par de paradas estaba ya en su barrio dónde me esperaba con su bicicleta para acompañarme a su pedazo de morada. Como apenas había dormido en el avión caí rendido, aunque en un par de horas me sonó el despertador porque había quedado en el centro de Pekín con Blanca, amiga y novia del Alalalalón, un gran amigo de toda la vida. Blanca se había pegado desde navidades aprendiendo chino y se volvía en una semana a Soria.

La plaza de Tiananmen se me apareció de repente a la salida del metro, enorme, con edificios majestuosos a sus lados y la Ciudad Prohibida presidiendo al Norte. Como ambos estábamos caninos fuimos a comer, probar la comida china, en China, para reafirmar que la comida china en España no tiene nada que ver con la original.

Y a patear… vaya tute que me metió Blanca. No sé si fue porque apenas había dormido pero acabé reventado. Paseo por las desmesuradas y exageradamente decoradas calles comerciales, vuelta a la emblemática y revolucionaria plaza de Tiananmen, ojo a la cuenta atrás para el comienzo de los juegos olímpicos de 2008 y paseo por los hutones de los alrededores. Esta última fue la parte que más me gustó, donde se ve la verdadera vida pekinesa, la de las clases sociales bajas que pasan el día en la calle, trabajando, comerciando, jugando al ajedrez o al dominó, sobreviviendo en barrios hasta que el gobierno decida derrumbarlo y plantar un nuevo rascacielos que mejor la imagen o centro comercial que abra aun más las puertas capitalistas del gigante chino.

Cenamos en una churrasquería brasileña (buffet, un lujo que nos dimos) y después seguimos tomando unas copas por la zona de las embajadas en donde se mezclaban expatriados y un@s poc@s locales con ganas de conversar.

Al día siguiente volví a coger el metro yo solo. Habiendo pillado ya el ritmo y las distancias de la ciudad quería una bicicleta pero cuanto más andaba buscando una más encantado estaba paseando. Templos, avenidas, callejuelas, parques… encantado me crucé prácticamente el primer anillo de Pekín a pata. Y de nuevo lo que más me impresionó volvieron a ser los hutones. Estos barrios vienen de antiguas propiedades nobles que en época comunista se dividieron para dar alojamiento a las clases obreras. Calles estrechas y puertas que dan acceso a nuevas calles compartidas por varias casas. En todas las calles encuentras varios baños públicos ya que la mayoría de casas no cuentan con servicio.

Esa noche cenamos en un restaurante chino comida local riquísima. Todos los platos eran exquisitos. Y después una copa tranquila para coger mejor el sueño…

Al día siguiente me levanté temprano. Metro hasta la estación de autobuses y de ahí bus público hasta Huairou, a unas dos horas de Pekín. Conseguí llegar a base de repetir mil veces los nombres de los destinos. Los pekineses tienen fama de tener un chino delicado, no entienden salvo que pongas una entonación perfecta… y claro, a mí me costó un poquito.

Al bajar del autobús me junté a un par de japonesas y compartimos furgoneta hasta Mutianyú donde está una de las zonas rehabilitadas de la Gran Muralla China. Subí a pata pese a haber un teleférico y aunque hacía calor la verdad es que fue un agradable paseo entre pinares. Me encanta el olor de los pinos cuando el sol los calienta, como decía El Último de la Fila.

La Gran Muralla es impresionante. Si bien sólo ha sido reconstruida parte de ella puedes andar kilómetros y kilómetros hasta cansarte sin ver bajar de ella. Subidas, bajadas, serpenteos, torreones, vistas vertiginosas… hasta que llegué al final de la zona turística. El cartel lo decía claro, no pasar, pero a mi me habían recomendado seguir. Ahí empezaba la descuidada original muralla. Con mucha vegetación encima y en los lados, los bloques de piedra caídos, bajadas en forma de terraplén, torreones derrumbados… sin embargo el camino seguía y seguía hasta perderse entre las montañas. Me encantó aquel paseo.

A la vuelta me dejé llevar por la atracción turística y bajé desde la muralla hasta la base por un tobogán. En tres minutos estaba abajo… creo que preferiría haber vuelto por el pinar…

La vuelta a Pekín fue muy entretenida ya que conocí a una estadounidense con la que tuve una larga conversación… chica nacida en Boston, de padres cantoneses, viviendo en Tokio y de turismo en Pekín encuentra turista en Pekín, viviendo en Bangkok y soriano de toda la vida. Ambos mostrábamos mucha curiosidad por nuestras vidas, la verdad, sin embargo al llegar a Pekín nos despedimos sin pedirnos datos y no creo que vuelva a saber nunca más de ella.

Apenas había comido en todo el día así que tenía mogollón de hambre. No quería entrar en ninguna de las numerosas tiendas de conveniencia (las que ahora en España todo el mundo conoce por ‘chinos’) y me llamó mucho la atención un restaurante local. Por supuesto las camareras no me entendían ni yo a ellas, el menú estaba todo en chino y solo entendía los precios. Así que pedí aleatoriamente un plato de precio medio y me levanté a coger un birra del frigorífico. A los diez minutos me trajeron lo más parecido a un revuelto de setas y pimientos rojos. Estaba buenísimo, la primera vez… lo digo porque me estuvo repitiendo hasta el día siguiente. Luego me enteré que esas setas son un poco difíciles de digerir…

La tecnología no estaba tan barata como podía pensar, sin embargo esa tarde fui con Rubén a comprar un disco duro portátil la mar de mono por unos cien euros. Lo necesitaba, con tanta foto mi ordenador se está quedando ya sin espacio…

Al día siguiente aproveché para ver la Ciudad Prohibida (las autoridades llevan tiempo intentando imponerle el nombre de Palace Museum). Durante muchos años cruzar las murallas de esta ciudad soponían pagar con la vida, sin embargo ahora por unos seis euros flipas con los palacios, las casas, los patios, las callejuelas… una auténtica ciudad en el centro de Pekín exclusiva para los emperadores de la época, sus sirvientes, vasallos, concubinas y eunucos. De proporciones inmensas, con todas las calles siguiendo los puntos cardinales para airear las energías, con todas las casas orientadas hacia el sur para evitar los malos poderes…

Al salir de la Ciudad Prohibida, cansado por sus dimensiones y desubicado con tanta callejuela, fui con Blanca a comer pato a la pekinesa. Se separa la piel del pato de su carne soplando, se tinta y se dora en el horno. Una vez cortado en brochetas se enrolla en una capa de cereal, puerro o cebolleta, pepino y una sabrosa salsa y para dentro. Me gustó más el ritual que el sabor, pero hay que probarlo. La comida dio para una larga conversación sobre nuestras vidas, su evolución, el futuro y también arreglar un poco el mundo… que buena fue Blanqui, hacía mucho tiempo que no hablaba sobre estos temas tan a gusto.

Y con esto el viaje se terminaba. Han sido pocos días en Pekín pero han servido para llevarme una ligera imagen de China, o al menos de su capital. Un viaje para conocer un poco la fábrica del mundo, el gigante (ex-?)comunista, la futura máxima potencia, sus desigualdades sociales, su milenaria historia, su ancestral cultura, su difícil idioma y entender la influencia en el resto de países de la zona.

Aunque sé que China merece muchíiisimo más tiempo para ser conocida. Algún día...

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Muchísimas gracias Rubén y Blanqui por ser tan buenos huéspedes.

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14.6.06

Ayutthaya y celebraciones monárquicas

El viernes, aunque no trabajé, no pude irme a ningún sitio. Los trenes iban repletos en todas las direcciones. Si bien esto ya me había pasado en temporada alta, esta vez era por el movimiento masivo de tailandeses a sus tierras de origen ya que la mayoría libraba viernes, lunes y martes. Así que aproveché para hacer los papeleos del visado chino necesario para mi próximo viaje y me pegué todo el día descansando en casa: durmiendo, escuchando música, cerrando mi calendario de viajes (horror, tengo más planes que findes)... hasta estudié tai que lo tenía un poco estancado y empecé a escribir. Es muy divertido volver a los cuadernillos de caligrafía de llamativos colores a los veintiseis años...

Por la tarde salí a dar una vuelta y me topé con actos de celebración del 60 aniversariario de la subida al trono del rey Bumipol (Rama IX). Casi tres horas de fuegos artificiales y las calles colapsadas de gente con camisetas amarillas y frases tipo 'Long live the king' que buscaban un hueco para mirar al cielo entre los rascacielos. Es increible la devoción que hay en este pais al rey y a la monarquía. Si bien el rey actual, Rama IX de ochenta anyos de edad, tiene fama de generoso y de prestar ayuda siempre a los más necesitados no dudo de que la censura y la propaganda en los medios sigan teniendo un efecto seguro en la imagen del monarca. Sesenta años reinando... ahí es nada... batiendo todos los records actuales. Si los tailandeses lo quieren así después de tanto tiempo por algo será.

Con la agenda de celebraciones de aniversario, cortes de calles ante la visita de todas las casas reales del mundo (incluida la española), alteración de horarios en templos y lugares turísticos se hacía dificil estar en Bangkok. Si bien su ritmo es siempre caótico y agobiante ahora es todavía más inesperado. Así que el sábado huí. No sabía muy bien donde ir, mil planes en la cabeza y pocas posibilidades por falta de tiempo y medios de tranporte. Pero al final Ander y yo decidimos ir a Ayutthaya, ciudad de unos 80.000 habitantes, cercana a Bangkok y cuyo principal atractivo es el parque histórico que refleja la importancia de la que fue capital tailandesa entre los siglos XIV y XVIII.

La verdad es que llegamos con pocas ganas... dimos un paseo por el mercado central, flipamos con los filetes de ternera, las patas de cerdo, los callos, los peces ... todo a temperatura ambiente (unos 35 grados) y en seguida nos metimos a comer en una guesthouse. El restaurante tenía dos terrazas, una mirando a la calle y otra sobre el río Chao Praya. Decidimos comer en esta última por la agradable brisa y sombra pero no vimos que a unos 5 metros, en la misma terraza, entre las mesas había una especie de lagarto-cocodrilo de metro y medio de largo; de vivos colores verdes y amarillos. En cuanto lo vimos dimos un salto y la camarera nos advirtió de que no nos acercáramos a él. No era una mascota, había subido desde el río y en cuanto vio nuestro salto se escurrió entre los matorrales y volvió al agua.



Tras el susto comimos y nos entró la modorra. Estábamos reventados pese a no haber hecho nada. Nos quedamos dormidos en los bancos de madera, junto al río, sin pensar en el lagarto. Al despertar nos tomamos un whisky de sobremesa y decidimos alquilar unas bicis para ver algo de la ciudad. Fue un paseo muy placentero, a velocidad tranquila, disfrutando de los parques, de los lagos y canales, de la vegetación entre los antiguos templos y estupas.









... Hasta que vimos que el cielo amenazaba tormeta. Justo lo que nos faltaba para convencernos a meternos en un bar y empezar una larga conversación a ritmo de Singha.

Juaniak Hoberenak!

Pese a que finálmente no llovió nos agarramos un buen pedo; tanto que decidimos volver a Bangkok para seguir de fiesta. Y así lo hicimos, compramos un billete de vuelta en tren (tercera clase, 40 céntimos) y a las diez de la noche estábamos ya duchados y con ganas de seguir la juerga: Suk Suites, Route 66, Blur y Piscifactoria... otra noche hasta el amanecer. Otro sábado aprovechado de principio a fin... y claro... otro domingo destrozado.

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12.6.06

Vietnam: más imágenes

Algunas de mis fotos favoritas de Vietnam.

De los paisajes rurales....




De Hanoi...











De Sapa...










Y de la bahía de Halong

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