10.1.08

El reencuentro con la sonrisa tailandesa

Relato publicado en la revista dviaG.

En el avión me afloraban los nervios por llegar. Sinceramente, ahora que ya no vivía en Bangkok, me daba miedo encontrarme una ciudad distinta. Temía tanto reencontrar sus abundantes imperfecciones como volverme a quedar embelesado por sus encantos... Y es que Bangkok es la cara y la cruz. Es a la vez el placer y el sufrimiento; el lujo y la incomodidad; el relax y el agobio; la abundancia y la pobreza; los rascacielos rodeados de chabolas de hojalata; los elegantes restaurantes custodiados por los puestos de comida callejera, los tuk-tuks dejando paso a los coches europeos de lunas tintadas... la ciudad donde viven los tais más ricos y los más pobres.

Bangkok tiene fama de asfixiante e incómoda, y yo no se la voy a quitar. La primera bofetada que te da al pasar las puertas del aeropuerto es la forma de decirte 'Bienvenido'. Su clima tropical turna el achicharrante calor seco con las calientes lluvias monzónicas. Si a esto le añadimos su baja altitud, su alta población, su cantidad de coches -con sus consecuentes atascos- y ser el centro industrial del país, Bangkok se convierte en una ciudad contaminada, sucia, agobiante e incómoda para cualquier occidental.

Pero está claro que no te debes achantar tras la primera bofetada de la capital de Siam, no debes quedarte en sus imperfecciones; detrás hay mucho más: una ciudad llena de encantos y la puerta de entrada al Sudeste Asiático, tanto desde el punto de vista geográfico como cultural.

Si bien el turismo en Tailandia ha bajado en los últimos años (especialmente tras el tsunami), sigue recibiendo millones de turistas año tras año. Y pese a que casi la totalidad de ese turismo es occidental, Tailandia siempre ha sabido dejar sus puertas abiertas sin perder ningún rasgo de su cultura, como demuestra su lenguaje propio, su caligrafía exclusiva, su música, su danza, su comida…

Cuando regresé a España fue el último día que estuvo operativo el aeropuerto Don Muang. Ahora aterrizábamos en el nuevo, más grande y de moderno diseño aeropuerto Suvarnabhumi, construido como respuesta a la cantidad de tráfico aéreo que soporta Bangkok. La ampliación del BTS (o tren elevado) hasta el nuevo aeropuerto está todavía en construcción así que cogimos un taxi y, hablando con el taxista (en un oxidado y básico tai), me reecontré con la sonrisa tailandesa: el valor más preciado y característico de este pueblo.

El taxista nos llevó hasta Sukhumvit, una de las calles más largas de Bangkok, donde se alternan altísimos condominios de apartamentos y oficinas, elegantes hoteles, centros de masaje, tiendas y restaurantes. Todos custodiados por puestos de comida y tiendas callejeras. Su cantidad de sois (bocacalles) le hace una calle variada en estilos y gente que la transita; así pues vemos gente montando los toldos de su tienda callejera, tais encorbatados que trabajan en las oficinas de alguno de los rascacielos, turistas ojeando las camisetas de los mercadillos de la acera o expatriados farangs (como los tais llaman a los occidentales) que algún día decidieron quedarse a vivir aquí.

Silom es otra de las zonas que mezcla rascacielos de cristal dedicados a oficinas y centros comerciales con aceras repletas de tenderetes y puestos de comida. Si bien es una calle larga, céntrica y comercial, Silom es conocida internacionalmente por una de sus bocacalles: Patpong. Al caer el sol el soi más turístico de Bangkok se llena de tenderetes que ofrecen todas las imitaciones que podemos imaginar de las firmas más glamurosas de occidente en ropa, perfumes, bolsos, así como música y películas. Pero lo más famoso de Patpong no es su mercadillo sino los garitos que lo flanquean. Mientras ojeas y regateas en los tenderetes varios tais te ofrecen entrar a sus bares para ver las actuaciones de sus chicas. Es aquí donde, día tras día, se exhibe el famoso ping-pong show y otros curiosos – y, desde mi punto de vista, bastante desagradables- malabares.

Como he dicho anteriormente, Bangkok es la puerta de entrada del Sudeste Asiático para los turistas internacionales. Y si especificamos turismo mochilero debemos concretar que la calle Kao San es el punto de encuentro de los trotamundos que vagan por Asia oriental. Gente variopinta de todas las partes del mundo se cruzan aquí con un mismo afán: conocer, al mínimo coste, una de las zonas más asequibles y demandas del planeta para este tipo de turismo. Aquí, por ejemplo, una japonesa que viene de Malasia cambia su guía subrayada con un canadiense que acaba de cruzar Vietnam. En Kao San abundan las casas de huéspedes baratas, los bares con música internacional, las agencias de viajes que te venden billetes de barco, tren, avión, autobús y gestionan el visado a cualquier parte del sudeste asiático. Además de esto, la calle está sembrada con tenderetes de música, camisetas, pantalones de pescador, gente haciendo trenzas, rastas, caricaturas, puestos de pad-thai, piezas de fruta tropical, saltamontes, gusanos fritos y otras delicatessen.

No muy lejos de allí, bajando el río Chao Phraya encontramos el Gran Palacio, la visita obligada en cuanto a monumentos y templos de arquitectura tai pues la entrada al palacio se combina con la visita al Templo del Buda Esmeralda. Y junto a ellos se encuentra el Wat Po famoso por su espectacular buda tumbado y por su escuela de masajes tradicionales.

Podemos volver a coger el barco en el río y bajar hasta la zona de Chinatown, vertebrada por la calle Yaowarat. Aquí la raza china se hace mayoría y las avenidas donde abundan comercios de metales preciosos delimitan laberintos de estrechos sois atestados de puestos de comida china. Estas callejuelas son un mundo para nuestra pituitaria: los ingredientes chinos, bajo el potente sol de mediodía, desprenden olores aquí impensables.

Bangkok es enorme y con su calor, humedad y tráfico puede ser muy agobiante; así que nada mejor que buscar un poco de tranquilidad en uno de sus escasos parques. En el centro de la ciudad, junto al barrio de Silom, tenemos el parque Lumphini, donde todos los días, a primera hora de la mañana, se reune la gente para practicar tai-chi. Durante todo el día (de noche está cerrado) ofrece un paseo agradable entre sus lagos.

Probablemente pasaremos algún día en Bangkok al terminar nuestro viaje por Tailandia, antes de coger el vuelo de vuelta a nuestra tierra. Este día es perfecto para hacer las últimas compras, gastar los últimos bahts y Bangkok es la ciudad perfecta para ello. En la plaza de Siam los centros comerciales, están pegados entre ellos, peleándose por captar la atención del consumidor oriental con mucha tendencia occidental; tiendas de marcas internacionales, a veces más caras que en Europa, algo curioso cuando muchos de los productos que venden se fabrican en Tailandia o en países vecinos. Pero eso es lo que buscan estas firmas allí, dar un toque de glamour y exclusividad a los bolsillos más pudientes. Si bien, a un turista occidental no le llamarán demasiado la atención, estos centros comerciales tienen buenos restaurantes de comida oriental a precios asequibles. Para las compras de artesanía, ropa o souvenirs yo recomiendo los tenderetes de los barrios comentados anteriormente, así como Chatuchak, un enorme mercado de fin de semana donde seguro que nos sorprendemos, además de por los precios, por la diversidad de artículos.

En este último viaje a Tailandia pasé por Bangkok varias veces, estando en total seis días que aproveché para visitar mis rincones favoritos y enseñárselos a mis compañeros de viaje. Los miedos por ver una ciudad distinta se disiparon en cuanto llegué, en cuanto hablé con la gente de allí y reconocí la característica sonrisa y amabilidad tai. Tuve la sensación de sentirme como en casa... pero no sólo porque muchas calles ya las había caminado, sino también por la hospitalidad de este pueblo. En Bangkok (y también en toda Tailandia) puedes ir a las zonas más turísticas siguiendo cualquier guía o puedes vagar sin rumbo por los sois más recónditos... pero seguro que, cualquiera que sea tu elección, interactúas con el pueblo tai y reconoces su sonrisa. Esta sonrisa, unida a la amabilidad, al respeto y a la voluntad de ayudar al farang, hacen del pueblo tai en general, y en particular de los habitantes de una ciudad tan transitada por occidentales como Bangkok, un anfitrión excepcional y difícil de igualar.

Etiquetas: ,