30.4.06

Ko Samet

A tres días de volverse a España, la Nita pedía más playa, coger más color para poder fardar en Soria. Yo no estaba dispuesto a volver a Pattaya que, pese a ser la playa turística más cercana a Bangkok, su ambiente deja mucho que desear así que decidí hacer un viaje un poco más largo y llegar hasta una isla que llevaba tiempo queriendo conocer. El plan estaba claro: mientras la Nita se tostaba yo descansaría de la ajetreada visita celtíbera y, todavía con mi hermana aquí, me recuperaría de la tristeza que me había dejado su partida.

Nos levantamos muy temprano para coger el autobús a Rayong. Aunque nos prometieron tres horas de viaje el bus era de segunda clase e iba parando a todos los peatones que se veían en el andén para preguntarles si querían subir. Un dolor de viaje que duró más de cinco horas. Desde Rayong cogimos un songteew hasta Ban Pe y desde allí un barco para cruzar a la isla. A la una y media de la tarde ya estábamos en el puerto de Ko Samet donde alquilamos una moto de 125cc. Eran las únicas motos disponibles; pensaba que quizás era demasiado potente hasta que salí del puerto. La isla no estaba asfaltada y el terreno accidentando se complicaba con los surcos que había en los caminos hechos tanto por el agua como por los vehículos locales que conducen sin cuidado. Yo la verdad es que no he montado demasiado en moto y conducir una moto de esa potencia, marchas manuales, por caminos difíciles, cuestas pronunciadas, con mi hermana de paquete (que iba algo acojonada y se movía) y una mochila… fue toda una aventura.

En seguida encontramos una guesthouse simple, cama grande y ventilador, y nos bajamos a la playa. Era ya un poco tarde y estábamos prácticamente solos, disfrutando de la arena blanca, del agua limpia, de los garitos playeros, de sus ensaladas, sus helados, de sus batidos de frutas tropicales.





Descansando del ajetreo que había llevado durante el mes anterior y relajándome con los encantos de Ko Samet.

El sol no tardó demasiado en ponerse lo que dio lugar a que las mosquitas salieran de caza. Samet es una isla con abundante vegetación tropical y está infestada de mosquitos por lo que en cuanto cae el sol hay que tener a mano el repelente.

Cenamos marisco del día, muy fresco, acompañado de unas Singhas, y para terminar el día echamos unos cubos de Sangsom (whisky tailandés) y unos bailes en un bar con malabares con fuego.





Todo en la misma playa donde habíamos pasado la tarde, con tres garitos que nos habían dado todo lo necesario para pasar un relajado día.

Al día siguiente me levanté muy tarde, con algo de resaca, sin tener a la Nita al lado que ya estaba en la playa. Cogí un libro, un cuadernillo de sudokus que me había dejado el Fragui, una radio, la esterilla y vuelta a la playa. Batido de platano y comedura de tarro con un sudoku chungo para desayunar, ensalada de calamar y gambas para comer y un día entero leyendo, mirando al infinito, pensando en mi futuro, hablando con mi hermana sobre la vida…



A media tarde decidí moverme de allí, pillar yo solo la moto y ver algo más de la isla. Llevaba dos días en la misma playa y, aunque era un paraíso y lo tenía todo, también quería recorrerme los cinco kilómetros de pista que cruzan KoSamet de Norte a Sur. Comprobé que apenas había turismo en el resto de la isla; solamente me crucé con algún pickup cargado con un par de guiris y con un grupo de tais paseando y que me pidieron hacerse una foto con el farang…



… pero lo normal era estar solo en el camino; tu, la moto y la isla tropical alrededor.






Flipé con las accidentadas pistas, con las pendientes, con los dispersos y básicos bungalows de madera a lo largo de toda la costa, con la abundante vegetación que se comía el camino, con los sonidos de la jungla, con las vistas de los acantilados del sur… ¡que pasada de isla!

Al atardecer llegué a la punta sur de la isla, donde estaban terminando un resort de lujo. Curioso por el choque (el resto de resorts de la isla son muy básicos) di un paseo entre los elegantes bungalows, llegué a su preciosa playa privada plantada de cocoteros y un par de lanchas privadas para los clientes, pregunté el precio (9.000 bahts, unos 200 euros, por noche) y me fui acompañado por un par de sonrientes señoritas que trabajaban allí e iban a ver la nublada puesta de sol en el muelle del resort.



Las señoritas habían cogido algo de pan sobrante y lo echaban al agua para atraer los peces de colores.

En cuanto el sol se puso las señoritas me aconsejaron que volviera al Norte. Ciertas zonas del camino están tan cerradas por la vegetación que no tienen sol en todo el día y en cuanto cae el sol la oscuridad dentro de la isla es absoluta. Si la ida al Sur ya había sido disfrutona, la vuelta fue la hostia. Cruzando de noche la selvática isla tropical en bañador, camiseta y sandalias, sin ver un alma en todo el camino, por unas pistas que ya de día eran difíciles, con la vegetación que despedía exagerado frescor y humedad, con los incesantes sonidos de los animales de la selva y zumbidos de mosquitos que superaban al ruido del motor, esquivando los enormes insectos que atraídos por la luz de la moto se chocaban contra mi cara, y pese a lo lento que iba dolían. Retando al acojone paré un par de veces la moto, la luz y escuché intentando distinguir sonidos. Sin el apoyo visual de la luz la selva se te echa encima rápidamente; a los pocos segundos de oscuridad distingues la superposición de muchos sonidos: los incesantes chicharreos de los insectos terrestres, los amenazantes zumbidos de los voladores, los extraños graznidos de los pájaros tropicales, los agudos chillidos de los monos y un huevo de más sonidos que no sabía de donde podían salir. Sentía los ruidos tan cerca que daba la sensación de que los animales estaban saliendo al camino para oler al intruso. Era acojonante (nunca mejor dicho) la presión para arrancar la moto, poner pies en polvorosa y volver a tu entorno habitual; dejar de hacer el gilipollas en un terreno tan desconocido.

Ya de vuelta en la playa del norte le conté la aventura a mi hermana, que la verdad pasó bastante de mi. Nos dimos una ducha en el bungalow y a seguir con el ritmo normal de turista en la isla: pescadito, comida tai, batido de frutas tropicales, singhas, Sangsom y bailoteos que recordaban a las raspas celtíberas de hacía apenas una semana.

Al día siguiente volvimos a Bangkok para que la Nita cogiera el vuelo de vuelta a España. De nuevo pena por saber que no la voy a ver hasta dentro de casi medio año y por todo lo que he disfrutado de su estancia aquí.

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Los celtíberos en el Norte de Tailandia en Songkran

De lunes a miércoles yo curré en Bangkok mientras mis colegas paseaban por el turístico norte tailandés. Chiang Mai, rutas en elefante, rafting en barcas de bambú, visitas a pueblos perdidos y tribus minoritarias, así como Chiang Rai y el triángulo de oro.


El miércoles 12 comenzaba mis vacaciones de año nuevo tailandés (Songkran) y cogía mi primer vuelo con Thai Airways para unirme al resto de celtíberos. El billete no había sido nada barato, pero al ser una fecha señalada era el único vuelo con plazas disponibles. La Thai tiene fama de ser una buena compañía, de tratar muy bien a los pasajeros. Pero cuando yo subí a bordo la cosa fue exagerada. Recibimiento con zumo, más de un metro para estirar mis piernas, asientos reclinables hasta la horizontal con reposapiernas. Sorprendido por tanta dedicación de las azafatas pregunté; efectivamente aquello no era la clase turista. Sin saberlo, y por no haber otro tipo de billete, había comprado business class. Un viaje que disfruté leyendo la prensa de Bangkok y menando el bigote con todo alimento que me ofrecían. Lástima que el viaje sólo duró una hora.

Al llegar a Chiang Rai y encontrar a la expedición celtíbera fuimos a cerrar el viaje planeado que nos llevaría durante cinco días por tierras laosianas. Sin embargo la cosa estaba jodida. También en Laos se celebraba el año nuevo y estaban saturadas tanto las fronteras como las lanchas rápidas que te acercaban a Luam Praban en ocho horas (el barco regular tarda un par de días). Reconozco el error de no haber previsto la masificación de la fecha, la anterior vez que fui a Laos era todo perfecto para improvisar… pero esta vez no se pudo. ¡Lo siento gente!

Así que al ver que no podíamos seguir con nuestra idea inicial cambiamos al suculento plan B (mientras alguno se frotaba las manos): celebrar el año nuevo tailandés en la zona más típica para hacerlo: el norte de Tailandia y Chiang Mai en particular.

Comenzando la celebración, esa misma noche encontramos un garito nocturno en Chiang Rai donde la juventud tailandesa hacía sus botellones en la pista a golpe de bombo, ya sea con ritmo hiphopero o de technopachanga. Allá donde fueres… botella de 100 Peppers por algo menos de 6 euros y primeros movimientos de raspa. Al ser los únicos farangs (guiris) en medio de una pista enorme se nos veía desde toda la discoteca y dado el carácter abierto del pueblo tai no fue difícil entablar conversación con los jóvenes que nos rodeaban. Cuando cerraron nos dejamos llevar a un garito donde en menos de diez minutos nos vimos rodeados de botellas de whisky, vodka, singha y comida tailandesa. Todo pedido por las chicas que habíamos conocido en la discoteca. ¡Cómo bebe esta gente!

El jueves, primer día de Songkran, bajamos a ChiangMai en una furgoneta privada amenizada por videos de karaoke en caracteres tais. De la letra ni idea, pero sólo viendo el video del Fari tailandés entrando a las muchachas te descojonabas vivo. Fue un viaje que pasó volando hasta que entramos a Chiang Mai y vimos que la ciudad entera estaba en la calle, jugando con cubos agua y empapando al vecino. No había más que abrir un poco la ventanilla y asomar el morro de farang para que empaparan incluso al conductor Matías.



Desde la barrera los toros se ven de puta madre, te echas unas buenas risas, pero no se disfruta igual. Así que a hacerse con un cubo, meterlo en el canal y empezar a calar a la gente que ya sólo viendo que eras guiri te ponían hasta arriba de agua felicitándote el año nuevo.



Me lo habían aconsejado repetidamente y me habían asegurado pasarlo en grande, pero chico, que te digan que la diversión viene de echar cubos de agua al que tienes al lado, durante varios días seguidos… pues yo no le veía tanta gracia. Pero cuando en los días más calurosos del verano te pones en faena y empiezas a felicitar el año a los que tienes alrededor y ellos te felicitan el tuyo a base de cubazo de agua, entre furgonetas y pickups cargados de gente y toneles de agua helada, peña de todas las edades con pistolones de agua….y ves que disfruta tanto el chaval pequeñajo que se esfuerza para llegar con el agua a tu cara como tú dejándole caer el agua desde tu altura… y te juntas a unos tais que te llevan un rato en su furgoneta, te invitan a una birra mientras el resto de la calle te pone tibio…. nos lo pasamos en grande durante los dos días que estuvimos en Chiang Mai.

Como teníamos ya pagado un billete de avión desde Udon Thani, la ruta siguió hacia dicha ciudad, haciendo la siguiente parada en Sukhothai donde montamos nuestra única jornada cultural de todo el viaje. Nos alquilamos unas motos y dimos un paseo por el parque histórico, entre templos en ruinas, budas de piedra, lagos y parques de la antigua capital tai.




Sukhothai es una ciudad pequeña y por la noche no tiene demasiada animación. Sólamente vimos abierto un bar temático de gatos infantiles donde las Nitas y Nolis estaban bien a gusto y curiosamente había telarañas que cruzaban la puerta del servicio masculino a la altura del pecho. Para encontrar el siguiente bar tuvimos que salirnos de la ciudad, pasear y pasear sin saber muy bien donde íbamos hasta que encontramos un bar de carretera en el que conocimos a unos músicos que se ofrecieron a llevarnos de vuelta al hotel y al día siguiente a Pithsanulok.

Increíble la hospitalidad que tienen los tais con el farang. Nos teníais que ver a los 8 celtíberos más dos músicos tais cargando a tope el coche, rodeados de mochilas y guitarras en la caja del pickup. Por supuesto esa noche fuimos a ver la actuación de nuestros nuevos amigos, en un restaurante lujoso donde las camareras no paraban de rellenarte el vaso con 100 Peepers. Aquella noche nos agarramos un buen tostado y la juerga siguió hasta tarde en la Picasso donde los tais se sorprendía de que guiris estuvieran allí. Y de nuevo allí nuevas aventuras con el pueblo tai, momentos inenarrables y nuevas colegas que se ofrecían a enseñarnos al día siguiente los encantos de Pithsanulok. ¡Qué maravilla de gente! Al día siguiente nuestra amiga Pen nos hizo una ruta de puta madre: a ver el precioso templo de la ciudad, a darnos un baño en el río,



a enseñarnos su casa y toda su familia y como despedida una pedazo de cena con sus hermosas hermanas donde degustamos exquisita comida tai.



Ya era lunes por la noche y al día siguiente yo tenía que trabajar en Bangkok. Y sin embargo todavía estábamos muy lejos de Udon Thani, de donde salía a la mañana siguiente nuestro avión. En la estación de tren nos ponían el tema muy chungo, era final de año nuevo y todo el mundo volvía a Bangkok, así que tuvimos que pillar asiento en un tren que solamente llevaba vagones de tercera clase, maletas, mercancías, cajas enormes, sacos de verduras; vagones saturados de gente, niños y ancianos durmiendo en el suelo debajo de los asientos, jóvenes de pié durante todo el viaje y por supuesto sin aire acondicionado en la época más calurosa del año.



Cerca de las tres de la madrugada, llevando ya cinco horas de viaje, el tren se paró en mitad de la nada por problemas técnicos; media hora en la que las ventanillas lo único que introducían eran mosquitos e insectos voladores, no corría nada de aire y la temperatura subía hasta niveles insoportables. Tenías suerte si llegabas a asomar el morro por la ventanilla y respirar el fresco aire de la noche. En total fueron ocho horas en aquel vagón, soportando las incomodidades a las que no estamos acostumbrados, pensando mucho en las diferencias de este país, de este mundo, de esta vida (había subido al norte en business class de thai airways), en lo afortunado que era porque al menos tenía asiento, porque estaba en aquel vagón sólo por casualidad… dificilmente olvidaré aquella vuelta a Bangkok. Fue un punto final que nos puso los pies en el suelo después estar seis días en brazos de la amabilidad y hospitalidad de los pueblos del Norte de Tailandia.

Los últimos días de los celtíberos en Bangkok sirvieron para cerrar asuntos pendientes, para volver a los garitos que más habían gustado, a hacer las últimas compras y ver cosas que se habían quedado en el tintero. En seguida llegaron las despedidas, los abrazos y la tristeza. Había sido un mes entero guiando a mi gente, viéndoles felices disfrutando todos juntos de este paraiso; un viaje con miles de chascarrillos, aventuras, momentos increibles y dificilmente repetibles. Un viaje que estoy seguro que no olvidaremos.

Nita, Moto, Culebra, Bromuro, H, Fragui, Tele, Mela, Manoli, Macarrón.... ¡Múchisimas gracias por venir!

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11.4.06

Los celtíberos en el Sur de Tailandia

Completada la ruta en Bangkok cogimos un vuelo a Krabi y tras llegar a Ao Nang la expedición Martínez-Soria se peleaba con los barqueros para pasar a Railay por un mejor precio. Era el comienzo de una larga lucha con los transportes del sur de Tailandia. Tienen los precios establecidos como zona turística y, aunque son desproporcionados para algunos recorridos, es difícil cambiarlos. Pasa algo parecido con los hoteles... pero bueno, ya había hecho la reserva en hoteles de precios medios y eso ya estaba pagado.

En Railay estuvimos en un hotel que, si bien el interior de las habitaciones era básico, los bungalows estaban separados por frondosa vegetación tropical y estaban en la misma playa, que por la falta de luz todavía no alcanzábamos a ver. Tras una corta tormenta tropical, unos cuantos (sólo machos) volvimos a Ao Nang para tomar una Singha. Lo típico, una cerveza que se convirtió en varias y dio paso a otra noche para recordar: charla, diversión, buena música en el Luna Beach, bailoteos, confusión y misterio a las 4 de la mañana cruzando de vuelta en una barca sin luces, con un barquero sacado de la cama y desde un muelle completamente oscuro y dormido a esas horas.

A la mañana siguiente flipamos con el sitio donde estábamos. Una playa de fina arena blanca rodeada por enormes rocas que se metían en el mar y continuaban formando otras islas.


El plan para disfrutar de aquello era acorde a aquella belleza: pillar una barca para nosotros durante todo el día y visitar las inhabitadas islas, las solitarias playas, hacer snorkel en las aguas turquesas, llenas de corales y peces de colores, tomar el sol en el fino istmo de arena blanca que separaba algunas islas... creo que hasta que no se está allí no se puede hacer uno a la idea del paraíso.



La ruta celtíbera seguía a Ko Phi Phi donde busqué un hotel algo apartado pero lujoso para lo que acostumbro: bungalows con aire acondicionado y terraza con vistas al mar, dos playas privadas, recepción con cocktail de bienvenida, porte de maletas hasta la habitación (ahí mataron nuestro espíritu mochilero)...

Como estábamos en temporada de buena visibilidad del mar de Andamán y Phi Phi tiene una buena reserva natural convencí al Chapucero y al Wifredo para que hicieran un bautizo submarino. Si bien yo no hice ninguna de las dos inmersiones con ellos, estuvo bien ver sus caras de excitación (flipe-acojone) y compartir en el barco las experiencias vividas bajo el agua: fondos llenos de coral, descenso de simas, puentes de roca, cuevas, abundancia de peces de todo tipo, pulpos, rayas... con una visibilidad de hasta quince metros. La última de las inmersiones fue la mejor; a unos doce metros de profundidad tras reabrocharme el cinturón de plomos que se me había caído (putadón), levanté la cabeza y a dos metros de mi cara tenía una tortuga de más de medio metro de diámetro. Nos miramos a los ojos durante varios segundos y la tortuga se acercó hasta mí. Me tocó las gafas con una de sus patas para despedirse y subió a superficie. Una experiencia que no olvidaré.

La ruta del Sur terminaba en Phuket, la isla más turística y conocida de Tailandia. Muchos bares de alterne, discotecas que cierran tarde y buenas playas que no disfrutamos por culpa de la resaca.


Buen marisco y Singhas en la cena, fiesta a tope y noches locas que enamoraron a los celtíberos. No era para menos, la verdad.




Además en Phuket por fin nos juntamos el equipo celtíbero completo porque la pareja MacNoli había perdido una de las conexiones de avión y hacían nuestra ruta con un par de días de retraso. Chicos, tenéis que volver a disfrutar del sur tailandés sin prisas.

La sensación tras la vuelta: una excursión increíble. La felicidad de ver a mi gente de siempre disfrutando del paraíso tailandés que ya tomo como mi casa.

Pd.- Fotos de Culebra 'la vieja tronca' y Maremoto Escobar.

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5.4.06

Los celtíberos en BKK

Vaya días más completos. Desde que los celtíberos andan por Bangkok no he parado ni un momento y he dormido muy poco. Enseñarles la ciudad, los principales recorridos turísticos y los placeres de esta caótica ciudad: masajes, compras baratas, shows, vistas elegantes de la ciudad en clave de jazz, cenas cojonudas...



probar alimentos diferentes...


...juergas nocturnas calientes y movimientos raspa - tukituki [*1].

Como imaginaréis, con estos placeres, los celtíberos están encantados en Bangkok.

Anoche, para terminar la estancia en la capital, organicé una fiesta en mi piscina y así se conocieran colegas de aquí y sorianos.

Unas Singhas, unos cubatas y unos baños en la piscina que pusieron la base a una noche divertidísima.


Era la Models Night en RCA (una de las zonas de bares nocturnos) y el nivel estaba bastante alto. De ahí más fiesta en Blur donde, como siempre, éramos los únicos guiris y la sociedad thai se mostraba receptiva a conversar. Y luego a la piscifactoría donde dejé a los celtiberos cargados de cebos. Qué ilusión salir por los bares de Bangkok con mi gente de toda la vida.

Y el viaje continúa. En dos días se nos une la pareja macnoli para hacer el equipo completo en el sur: islitas, playas, buceo, más juerga...

Seguiremos retransmitiendo las aventuras celtíberas en el paraiso.

[*1]. Chascarrillo de este viaje. Por favor, absténgase de preguntar.

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